viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Reformas?

—Ya se han marchado— dijo el ordenador  que se encendía sigilosamente entre la oscuridad y el gran silencio.
—Puf, que alivio, por fin solos— susurro el teléfono  mientras se desenredaba.
—Se rumorea que quieren hacer reformas— comentó la papelera con aire sabiondo.
—No digas eso — dijo el viejo sillón— ¿qué será de mí?, me mandaran a cualquier parte.
— ¡Te lo podrías haber callado papelera! — afirmó el teléfono algo enojado.
— ¡Estoy harta de  ser siempre la que se lo traga todo!
— ¡Alarma alarma! —gritaba la lámpara verde, mientras se apagaba y encendía salía espantada de la habitación. ¡Nina nina! ¡alarma!¡alarma! ¡Van hacer reformas! corriendo la noticia por toda la casa.
   En el baño el lavabo blanco y el espejo brillante hablaban asustados por si les sustituyeran por otros muebles de diseño, el water se carcajeaba como siempre al oírlos, mientras tanto salían a por más información la esponja roja, el gel y los cepillos de dientes, les acompañaba enmarañándose el papel higiénico.
   Dentro de la cocina, las viejas sartenes discutían sin dejarse escuchar unas a otras, a la vez que la  reluciente olla silbaba y cantaba relajada mirándolas con paciencia,  las jóvenes tazas decían a los platos que eso era un rumor falso, que no habían oído decir nada  sobre aquello, los desconfiados cubiertos cazos y botellas partían para averiguar capitaneados por el microondas.
   En el interior del salón, la televisión el video y el dvd pataleaban y se quejaban por la noticia, a la vez que los cuadros antiguos se  estiraban sin dar opinión. Los diferentes libros mandos y sillas alborotados salían detrás del reloj de pie.
   Una vez en el pasillo cada uno daba su opinión,  terminando por entremezclarse en las diferentes estancias. El estirado paragüero discutía con la cama, el lavabo con el teléfono,  el azucarero escuchaba a la papelera,  la pasta de dientes y el champú corrían por encima de los armarios. La colonia y la espuma de afeitar bailaban encima del televisor y el reloj cantaba abrazado con la olla.
Y en medio de todo aquel alboroto la ventana del pasillo se abrió  gritándoles con un fuerte viento.
 — ¡Que vienen los dueños ¡ Finalizó por zarandearles a todos.
   Al instante,  alarmados todos querían volver a sus puestos, la escoba se chocaba con el reloj de pie, los mandos con las botellas, la aspiradora con la bandeja, los libros  esquivaban a los veloces cubiertos y la plancha volaba veloz  hacia su armario.
   Fuera en el descansillo se oía al ascensor y un movimiento de llaves.
Todavía quedaba rezagada la pasta de dientes y agobiada pateaba la papelera para situarse en su puesto perseguida por el teléfono que se lanzo de cabeza hacia su lugar, el papel higiénico se enrollaba a mil por hora, mientras se escuchaba el abrir de la puerta.
   El ordenador se desahoga diciendo: — “wau”, por casi nos pillan. Terminando por apagarse.
Al segundo, en medio del silencio, los dueños entraron.

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