El viento mueve las hojas que caen al río
y forma una especie de lluvia vegetal sobre el agua. Allí dentro, el pez
observa con nitidez ese efecto cristalino y luminoso. Mueve despacio su cola.
Las piedras pequeñas e uniformes, iluminadas por un sol que está preparado para
la siesta, mientras alguna hierba se mueve al son de una nueva corriente. Pero
él, ha de percibir la suya.
Parece encontrase con algún coetáneo, se
saludan sin más, pero son de otra índole, sueltan un par de burbujas. Ve figuras
humanas en movimiento que parecen querer pescar.
Poco a poco da con manadas y seres
esquivos, con algún que otro encuentro. Pero como una llamada lejana, una
intuición interna, le indica que ha de coger otra dirección y se deja llevar
consciente por tal efecto. Aumenta la velocidad. Despacio, asciende con un
ritmo fluido y huidizo. Pero tiene que seguir su dirección aunque otros vayan
al revés, con ese instinto que le empuja a ir hacia arriba. Unos ojos grandes
miran con asombro, pero él los deja, como quien persigue un ideal o creencia.
La corriente es cada vez más intensa, se encuentra con grandes bloques de piedras, los ha de saltar y cuando la fuerza parece ser más intensa...