miércoles, 28 de septiembre de 2016

El síndrome del salmón

   


  El viento mueve las hojas que caen al río y forma una especie de lluvia vegetal sobre el agua. Allí dentro, el pez observa con nitidez ese efecto cristalino y luminoso. Mueve despacio su cola. Las piedras pequeñas e uniformes, iluminadas por un sol que está preparado para la siesta, mientras alguna hierba se mueve al son de una nueva corriente. Pero él, ha de percibir la suya.
   
   Parece encontrase con algún coetáneo, se saludan sin más, pero son de otra índole, sueltan un par de burbujas. Ve figuras humanas en movimiento que parecen querer pescar.
  Poco a poco da con manadas y seres esquivos, con algún que otro encuentro. Pero como una llamada lejana, una intuición interna, le indica que ha de coger otra dirección y se deja llevar consciente por tal efecto. Aumenta la velocidad. Despacio, asciende con un ritmo fluido y huidizo. Pero tiene que seguir su dirección aunque otros vayan al revés, con ese instinto que le empuja a ir hacia arriba. Unos ojos grandes miran con asombro, pero él los deja, como quien persigue un ideal o creencia.

   La corriente es cada vez más intensa, se encuentra con grandes bloques de piedras, los ha de saltar y cuando la fuerza parece ser más intensa...