viernes, 12 de noviembre de 2010

Bellísima

 La señora Kate  vivía aislada  entre pequeñas y seductoras antigüedades, algo cansada  por el peso de los años, pero a pesar de su edad se sorprendió al recibir una carta de su primer amor escrita a mano.
   Sin ilusión, comentó la noticia  a sus dos mejores amigas las gemelas Ryder; que siempre hablaban a la vez e iban con sombreros floreados y del brazo. Al enterarse,  se llenaron de la excitación que a Kate le faltaba, intentaban con educación que  respondiera a la propuesta de volver a verse, pero Kate ya no se sentía ni joven, ni guapa, ni nada de lo que ya había sido.
   En  compañía de la voz de Ella fitzgerald, Kate miraba, en su pequeño salón, con nostalgia el álbum de fotos y pasaba las páginas con su mano delgada y revivió  los momentos mas felices de su vida. De repente en una de las  diminutas fotos  se encontraba él; al verlo sintió que una puerta cerrada después de tantos años comenzaba a abrirse. Sus verdes ojos se deslizaron lentos  hacia la carta, luego palpó sobre su rostro algunas arrugas y se arregló su  pelo blanco. Por la noche en su cuarto la tentación le rondaba, pero se contradecía, se veía  fea,  mayor y tan deslucida. Pasó días de lucha interna sin saber qué hacer y acabó por llorar.
   Una tarde soleada en el jardín a la hora del té, las hermanas Ryder con mucho encanto y persuasión, la convencieron para que se arreglase y quedara con él. Al final  se preguntó: ¿cómo quedaré? …
    Las gemelas comenzaron con masajes corporales y faciales y hablaban sobre la belleza. La señora Kate quedaba sorprendida al verse con  mascarillas y baños de vapor. Su fuerte pelo fue coloreado por un castaño  dorado, como el que antes tenía. Con chistes de vecinas le arreglaban y pintaban las uñas. Las cremas  daban un resultado magnífico y notaba que  renacía  por dentro y por fuera. Entre las tres  abrían las puertas de los armarios, como las  tapas de botes y perfumes, y así bailaban los vestidos entre  unas fragancias exquisitas  para su última elección. El joyero de nácar se volvió a abrir y Kate  eligió, sin dudarlo, tres únicas piezas. Los zapatos los desenvolvieron de papeles suaves, que obstaculizaban el paso.
   El último día sus ojos hermosos de manera sinuosa se pintaron, sus finos y elegantes labios se perfilaron con carmín y unos polvos de maquillaje la hacían estar más pletorita que nunca. Su brillante pelo se moldeó con un recogido  clásico.
   Las hermanas Ryder la llevaban sonriente despacio hacia el espejo del salón, con un  distinguido vestido, crema de seda. Sus zapatos eran ocres con algo de tacón. De sus orejas colgaban  unos delicados pendientes de oro. En  su cuello lo envolvía con un elegante collar de perlas y en su mano izquierda una sortija de zafiro. Dejaba una estela de un dulce perfume francés. Al mirarse así misma, admirada de tal cambio se conmovió  (al verse  como siempre había sido). Y la duda que tenia de cómo podía quedar quedó disipada.




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