viernes, 27 de febrero de 2015

Un lugar en el mundo



 En el jardín botánico, mi madre Úrsula se deleita con el aroma de las plantas, sobre todo de las medicinales y se asegura que todas estén bien, como nosotros. Cae el tubo de analgésicos y el gato negro va hacia ella.
  Me percato  de que alguien escribe poesías y deja rastros sobre papel y lápiz por el amplio patio blanco, donde el olor a jazmín se mezcla  con el sentir de las palabras y la entrada del sol. Me acompaña la fuente con un sonido que acaricia el aire, que mueve las hojas, y desearía que ese instante durara para siempre. 
  En otra ocasión, encontré en el jardín botánico una hoja sobre la desgastada mesa de madera, que despertó un recuerdo familiar. Pensar que aquí se han escrito estas cosas, sin saber quíen, me atrapa. El que lo hizo debió de ser muy feliz en este lugar.
 Mi hermana menor tuvo una niña hace siete años, cuando marchó al extranjero. Ahora vive aquí, pero parecen no adaptarse; se ocultan.
    Al entrar a la cocina hallo otro escrito, comienzo a leerlo. Mientras ando, los pájaros cantan preparados para un cambio de clima, continúo y comienza a llover. Un fuerte aroma a tierra mojada me despide tras su conquista. A lo lejos, un arco callado me rinde su silencio. Por las noches, desde la ventana, me acompañan los grillos con la luna llena y su luz placida, como una amiga poderosa y leal que promete protegerme.
   También hace lo mismo mi madre entre sorbos con un sí. Cuando hay un sí, también hay muchos noes, con sus renuncias. Me siento unido, como un corazón que se fusiona escondido, entre sábanas limpias que me llevan a lugares placenteros y luminosos, como este. Este sitio, que dudaba de si sería el correcto. Un lugar donde las horas de paz transcurren seguidas y se pierde la noción del tiempo, donde el hondón de la lectura es fiel y la música sutil de la naturaleza me habla en todas sus formas. En este jardín de cristal iluminado por velas nocturnas se reflejan pequeñas llamas donde el aroma y sombra de plantas juegan a sorprenderme. Es amar el piadoso presente y la vez lo ausente como la  una verdad incorpórea. Solo así, estoy conmigo y me encuentro con el resto.
  Las sábanas se rompen. Descubro a mi madre con otro papel escrito en verso, dice que son de la pequeña. Por la mañana el sol brilla desde la ventana y nos invita en su alegría de vivir. A lo lejos una cometa vuela tranquila con una estela larga. Debajo, una mujer con una niña que ríe radiante se acercan amistosas hacia la casa. Parece que todo está en su lugar, inhalan el aire como si fuera el fin del mundo.
   Por la tarde, en el jardín botánico, después de repasar sus plantas, mi madre mira serena tras los cristales y llegan por primera vez mi hermana y la niña. Cuando entran estas, se despierta una nueva fragancia y mi madre recorre con la mirada todas las especies y el paso del tiempo. Se sientan con unas orquídeas. La cometa descansa sobre la pared de cristal relucida por el sol. El gato se acerca sinuoso hacia la niña. Preparo una infusión para todos ...                                 

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