Todavía recuerdo el día que le conocí.
Fue en aquella cafetería de carretera decorada años cuarenta, cerca de la casa de mis padres. Entraba yo resplandeciente con un vestido y un pañuelo blanco camuflada bajo unas gafas Chanell negras. Me senté en una de las solitarias mesas del fondo junto al ventanal delante de un martíni. Empezó a sonar un disco de Dina Washington dejándome arrastrar por el encanto de la canción. Frente a mí a distancia de dos mesas, se encontraba un enigmático brillante mechero sobre un casco...
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